El flamante secretario de economía, Marcelo Ebrard, parece querer recordarnos que la política internacional es un juego de ajedrez, aunque él mismo no sea un jugador muy brillante. En su respuesta al periódico Reforma, un desafiante y burlón Ebrard desestimó la idea de que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, tuviera algo que ver con el operativo implementado en la Plaza Izazaga de la CDMX, el pasado jueves, en el que el gobierno federal decomisó más de 260 mil productos chinos ilegales: “Ya parece que Trump me va a decir: “I’m very worried with the china place in Mexico City, Izazaga“- No, no me dijo eso”, afirmó un arrogante Ebrard ante la prensa.
¿Ahora sí muy valiente? Y es que la escena, aunque un poco burda, revela un trasfondo preocupante: la facilidad con la que se vinculan acciones locales con presiones internacionales, especialmente cuando Trump está en el centro de la narrativa. Si bien Ebrard insiste en que no hay un “Teléfono Rojo” conectando Washington D.C. con Palacio Nacional, la historia nos recuerda cómo otros líderes saben manejar los tiempos… y los gestos.
Ahí está Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, subiéndose a un avión con la misma urgencia que alguien que olvidó apagar la estufa, para “besar el anillo” del presidente electo estadounidense. Trudeau no será un gran líder, pero al parecer entiende que a veces hay situaciones en las que es mejor tragar orgullo para evitar tragarse un 25% de aranceles que destrocen la economía de tu país.
Sería conveniente preguntarnos: ¿Quién está realmente ganando el juego? ¿El que lanza chistes a la prensa o el que se asegura de mantener su economía a flote negociando hasta el último momento? La ironía tiene su lugar, pero en el tablero internacional, a veces una sonrisa es menos eficaz que un gesto de diplomacia calculada. ¿Será instrucción de la presidenta Sheinbaum, que por un lado toma el teléfono y llega a acuerdos con Trump, o es cosa del secretario que se va por la libre?
Porque al final, como bien lo demostró Trudeau, el verdadero arte de la política es saber cuándo es estar y cuando reír… y, por lo general, el próximo presidente estadounidense casi siempre se lleva la última risa. Pobre México.
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