Otra vez la burra al trigo. La misma muletilla. El mismo discurso repetitivo, hueco.
“La culpa es de Calderón y Peña Nieto”, del pasado, de los fantasmas que convenientemente sirven para justificar la inacción, se escucha en la mañanera del pueblo.
Mientras tanto, el país sangra desesperado.
La violencia no da tregua y los asesinatos se multiplican en un escenario que ya rebasa la retórica y la propaganda.
La presidenta Sheinbaum asegura, victimizada, que “se requiere, inteligencia y un verdadero sistema de justicia”.
Promete estar cerca de Michoacán (“después del niño ahogado, quieren tapar el pozo”), pero el runruneo suena cóncavo frente a una realidad que no se combate con declaraciones.
Dice también que los de derecha quieren que regrese García Luna, que añoran la guerra contra el narco. Inexacto.
Pero el problema no es el pasado, sino la obcecación del presente.
La guerra nunca se fue; solo cambió de uniforme y de discurso.
Y como si no bastara la tragedia, ahora los medios de comunicación son los enemigos; repartir culpas no salva la responsabilidad ni el pellejo.
La señora científica calificó de “buitres a los comentócratas, conductores y concesionarios” (en clara alusión al “Tío Richie”).
Pero esos “buitres” a los que acusa de carroñeros no inventan los muertos, los reportan. No fabrican la violencia, la documentan. No provocan la indignación, la reflejan.
Condenar el homicidio y luego señalar a quienes lo denuncian es la manera más cobarde y cínica de evadir la responsabilidad.
El asesinato de Carlos Manzo no es un episodio aislado. Es otro nombre en la interminable lista de víctimas de un Estado que promete justicia, pero entrega silencio. Evade la realidad del escenario fallido con una indiferencia criminal.
Diez alcaldes han sido ejecutados en el régimen de Claudia Sheinbaum.
La presidenta dice que “se hará el trabajo que corresponde”, la cita más gastada de este sexenio.
Significa, en pocas palabras, que no habrá justicia.
Se les olvidó la historia. Fue en Michoacán donde Calderón declaró la guerra contra el narcotráfico, insiste en culpar al expresidente.
Hoy, casi dos décadas después, los muertos siguen ahí, los cárteles se multiplican, las instituciones se diluyen y el gobierno, nuevamente, “se lava las manos”.
En tanto, los “buitres” sobrevuelan –no sobre políticos, sino sobre los restos de un país desangrado—esperando que alguien, algún día, se atreva a aplicar, con la ley en la mano, la justicia que merece un pueblo cansado de tantos infundios.
Y, finalmente, hay que precisar que los auténticos buitres son aves rapaces importantes para la salud de los ecosistemas. Evitan, además, la propagación de enfermedades.
Lo que no pueden evitar es el trastorno de personalidades narcisistas.
Imagen de portada: Los buitres//Nicodemus Espinoza
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