Cada septiembre llega el momento en que México se mira en su espejo más simbólico, el Grito de Dolores. Es la ceremonia cívica que nos recuerda la madrugada de 1810 en que Miguel Hidalgo hizo repicar la campana y llamó al pueblo a levantarse en armas. Desde entonces, presidentes, gobernadores y alcaldes repiten el ritual, ondean la bandera y pronuncian los “¡Vivas!” que reafirman nuestra identidad y soberanía. Pero este 2025 no será un septiembre cualquiera, por primera vez en la historia, el balcón de Palacio Nacional se llenará con la voz de una mujer, la presidenta Claudia Sheinbaum, quien dará el grito de independencia.
Pienso en lo que significa ese momento. Una mujer, con la banda presidencial cruzada al pecho, ondeando la bandera de México y gritando: ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva Allende! ¡Viva Aldama! ¡Viva la independencia nacional! O quizá no, quizá también decida imprimirle su sello personal, como lo hizo Andrés Manuel López Obrador en sus seis años de gobierno, cuando convirtió el grito en tribuna personal y lo alteró a su antojo, agregando nombres y adjetivos, sin importarle mucho el protocolo que durante más de dos siglos se había mantenido. AMLO mostró que el grito podía dejar de ser solemne para volverse político, militante, incluso polémico.
Ahora la expectativa es distinta, Sheinbaum no solo será la primera presidenta en darlo, sino que cargará con la mirada crítica de quienes esperan que respete la tradición y de quienes quieren verla romper moldes. A fin de cuentas, lo que se grita esa noche no es poca cosa, es la evocación de la libertad y la independencia, símbolos que este país aún busca en muchos rincones.
Y no será solo en la capital, en Veracruz también ocurrirá algo inédito. Rocío Nahle García será la primera gobernadora en salir al balcón de Palacio de Gobierno y tocar la campana. Su voz resonará sobre Plaza Lerdo, abriendo un capítulo distinto en un estado donde más de setenta varones han dirigido esa ceremonia. Dos voces femeninas, en el mismo año, dando un grito que históricamente ha sido de hombres. México cambia, aunque sea en sus símbolos.
Pero mientras esto ocurre en los grandes escenarios, en los 212 municipios de Veracruz se prepara otro tipo de grito: el último. Los presidentes municipales darán por cuarta y última vez el Grito de Dolores, cerrando un ciclo de gobierno que a muchos les dejará nostalgia, y a otros, dolores de cabeza. Porque quienes tengan sus cuentas en orden podrán ondear la bandera con la frente en alto y sentir el aplauso de su gente. En cambio, aquellos que no supieron o no quisieron cuidar los recursos, darán un grito de dolor anticipado, sabiendo que el ORFIS los espera con auditorías, observaciones y posibles daños patrimoniales.
No es lo mismo gritar ¡Viva México! que pensar en cómo huir del país para evitar responsabilidades. No es lo mismo ondear la bandera que estar calculando cuánto costará maquillar unas cuentas públicas mal hechas. Para algunos alcaldes, el verdadero desfile no será el del 16 de septiembre, sino el que hagan frente a sus abogados y auditores en los próximos meses.
Yo me quedo con el contraste, mientras en el Palacio Nacional y en el Palacio de Gobierno de Veracruz se vivirá la emoción de escuchar el grito en voz de mujer, en muchos municipios ese mismo grito será una despedida amarga, teñida de incertidumbre. Es en ese contraste dónde está la lección, el grito no es solo un acto protocolario, es un espejo que refleja lo que somos y cómo gobernamos.
Este 2025 México tendrá un grito distinto. No será únicamente el eco de Hidalgo ni la repetición solemne de los nombres de los héroes. Será también la prueba de que los símbolos cambian y que las voces femeninas pueden resignificarlos. El grito de independencia de este año quedará marcado por la historia, y quizá dentro de muchos años, cuando se recuerde el 2025, se diga que fue el año en que México dejó de ser gritado sólo por hombres.
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