El fuego amigo en Morena parece haberse convertido en una constante. Esta vez, el diputado federal Zenyazen Escobar niega tajantemente haber pedido la expulsión de Manuel Huerta del partido, pero en el mismo aliento lo acusa de traidor, de impulsar a candidatos del Movimiento Ciudadano y de no aportar nada relevante para Veracruz. Si eso no es una solicitud de expulsión disfrazada, se le parece bastante.
Zenyazen, conocido por su estilo confrontativo y su paso polémico por la Secretaría de Educación, arremete con todo contra Huerta: lo llama incongruente, manipulador de principios y “Magdalena llorona” por quejarse de una supuesta persecución interna. Pero en lugar de apagar el fuego, sus declaraciones lo avivan: más allá de la negación formal de una expulsión, lo que queda claro es que hay una ruptura no menor dentro del movimiento guinda.
Y el problema no es sólo de formas, sino de fondo. ¿Qué tan grave es que un senador presuntamente esté promoviendo a candidatos por otro partido? ¿Y qué tan creíble es que alguien como Zenyazen, con todo su polémico historial como secretario de educación, simplemente “opine” sin intención de consecuencias? Aquí hay más que diferencias personales; hay un pulso por el control político en Veracruz.
El caso cobra aún más atención por la figura de Manuel Huerta, un personaje que despierta amores y odios en proporciones similares. Para algunos, es un operador político con peso propio; para otros, un agente del caos dentro de Morena. Su historial como delegado federal y su constante confrontación con actores de su propio partido lo han puesto en la mira desde hace tiempo. Lo que hoy vemos es solo el nuevo capítulo de una serie de desavenencias que ya no se pueden disimular.
Zenyazen pregunta qué ha hecho Huerta por Veracruz, y enumera con orgullo los millones gestionados por él y su bancada. Pero la pregunta se puede voltear fácilmente: ¿cuánto daño hacen estas disputas internas a la credibilidad de Morena como fuerza transformadora? Porque mientras unos se acusan y otros se victimizan, lo que queda en el aire es la sospecha de que el proyecto de unidad está haciendo agua.
Las grietas dentro del movimiento son cada vez más visibles, y cuando los propios protagonistas no se ponen de acuerdo ni en los hechos básicos —como si alguien pidió o no una expulsión—, la narrativa oficial se tambalea. Entre lágrimas metafóricas, discursos encendidos y negaciones que suenan más a confirmaciones, el escenario en Veracruz no pinta precisamente como ejemplo de cohesión política.
Y eso, en un año clave, debería preocupar más que cualquier crítica lanzada al calor de una entrevista.
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