septiembre 30, 2025

En Esta Hora

Porque la noticia… no puede esperar

No hay peor nostalgia que añorar lo que jamás sucedió

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En estos días circuló una escena que tocó fibras muy hondas: Abelito, dentro de la Casa de los Famosos, volvió a abrazar a sus papás.

En realidad, no se trataba de un programa de televisión, sino de algo más profundo: la esencia de la vida en su estado más puro, el reencuentro de un hijo con quienes le dieron el ser.

Esa imagen nos recuerda algo que a veces olvidamos: nuestros padres, estén o no físicamente con nosotros, marcan para siempre nuestro camino.

Un abrazo, una mirada, un gesto sencillo pueden condensar años de historia, silencios y palabras no dichas.

Muchos de nosotros ya no tenemos a nuestros papás. Se fueron antes de que pudiéramos decirles todo lo que llevábamos dentro. Y entonces nos duele esa otra forma de ausencia: “no hay peor nostalgia que añorar lo que jamás sucedió.”

Nos queda su presencia callada en la memoria: en la canción que les gustaba, en el olor del café que bebían, en aquella frase que repetían sin descanso.

Otros, en cambio, aún los tienen a su lado y quizá no se han detenido a valorarlo. La escena de Abelito, llena de autenticidad y amor puro, es una invitación a hacerlo: abrazar sin motivo, decir lo que damos por entendido, agradecer en vida.

Si tus padres viven, abrázalos hoy.

Si ya partieron, haz del recuerdo un reencuentro: escríbeles una carta, habla con ellos en silencio, revive una foto o un detalle.

Porque la muerte no apaga los vínculos; solo los transforma en memoria. Y la memoria, cuando la alimentamos con amor, tiene fuerza de presencia.

El reencuentro de Abelito y sus papás nos recordó que el abrazo más largo no se da con los brazos, sino con la mente.

Hagamos del presente un escenario de amor y del recuerdo un puente hacia quienes ya no están.

Porque, al final, mientras los recordemos, nuestros padres caminan a nuestro lado: el recuerdo que llevamos dentro.

Hay hijos que al nacer perdieron a su madre; otros, a su padre, porque el compromiso se volvió ausencia.

Otros papás abandonaron a sus hijos, porque su forma de comprometerse fue darse a la fuga.

Y no podemos dejar de señalar algo doloroso pero real: la ausencia y la paternidad irresponsable provocan familias disfuncionales, donde se heredan traumas, complejos y fijaciones. Como reflexionamos en la columna pasada, del “mandala”, lo que no se sana, se transmite; lo que no se acomoda en el corazón, termina repitiéndose de generación en generación. De ahí la importancia de soltar para liberar.

Si tú eres un papá que eligió la fuga antes que el compromiso, aún estás a tiempo de regresar, de dar un abrazo a tu hijo o hija, de escribir una nueva historia con ellos y de reconocer, con un acto de desagravio, la ausencia o la fuga.

Y tú, mamá, que sufriste ese abandono, no cargues sola con el peso. Suelta el resentimiento, trabaja con tu hijo para sanar juntos y enséñale que el amor verdadero no huye, sino que se queda. Esa labor silenciosa también es un abrazo que marca para siempre, que te hace auténtica y coherente para que la historia no se repita.

Afortunados quienes aún tienen a sus padres —o al menos a uno de ellos—: disfrútenlos, abrázenlos, exprésenles lo que sienten.

El mañana es incierto, pero el amor que se da hoy permanece para siempre.

 gerardolunadar2013@gmail.com

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