junio 17, 2025

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Los prejuicios que nos habitan

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Vivimos en un mundo donde los prejuicios —y los pensamientos que hieren, ya sean sutiles o evidentes— han comenzado a formar parte del paisaje emocional cotidiano. Enfrentar esta realidad requiere más que buenas intenciones o discursos bienintencionados: exige conciencia, trabajo interior y una guía sabia.

En una de sus muchas enseñanzas, de mi querido Amigo el Dalai Lama aborda esta cuestión desde una perspectiva profundamente humana. Sin nombrar siempre el “perjuicio” como tal, advierte sobre las emociones que lo nutren: el odio, el resentimiento, la venganza o el deseo de dañar. Todas ellas terminan por minar no solo la paz del mundo, sino —sobre todo— la de nuestro mundo interior.

El rencor como veneno personal. Guardar resentimiento no daña tanto al otro como a uno mismo. El rencor se aloja como un huésped oscuro en el corazón, enturbia la mente y agota el cuerpo. Pensar mal, desear el mal o negarse a perdonar son formas de sufrimiento autoimpuesto que desgastan nuestras relaciones y envenenan la serenidad.

La compasión como medicina del alma, es hacer frente a esto, la propuesta es clara: cultivar la compasión. No como indulgencia ingenua, sino como una decisión valiente de liberación interior. Ser compasivos, incluso con quienes nos han herido, no significa justificar el agravio, sino comprender que quien daña suele actuar desde su propio dolor.

Romper la cadena del daño, es responder al perjuicio con otro perjuicio perpetúa el sufrimiento. En cambio, elegir comprender —aunque duela, aunque parezca imposible— interrumpe esa cadena y abre paso a la posibilidad de una paz más auténtica.

El verdadero enemigo no está afuera.Una de las grandes enseñanzas espirituales es que el adversario más peligroso no es externo, sino interno. El verdadero campo de batalla está en la mente, donde se enfrentan la ira, el apego, la ignorancia… esas fuerzas internas que obstruyen nuestro desarrollo humano y espiritual.

Educar para la paz interior y mental es urgente  emocionalmente, desde edades tempranas. Enseñar a reconocer las emociones destructivas y transformarlas no es solo tarea de psicólogos, sino una labor ética, espiritual y profundamente humana. La paz global comienza con la paz interior.

Los prejuicios, cuando no se confrontan, se enquistan. Nos restan libertad, deterioran la convivencia y dificultan la posibilidad de comprender al otro. Superarlos no es un acto inmediato, pero sí una elección profunda: preferir la empatía a la reacción, el amor al temor, la compasión al juicio.

Y tal vez la enseñanza más simple y, a la vez, más luminosa sea esta: somos animales sociales que necesitamos amigos. Necesitamos comunidad para vivir y crecer. Buscar la amistad verdadera —esa que nace de la confianza y se cultiva con amabilidad, honestidad y respeto— es uno de los caminos más efectivos para hacer a un lado los prejuicios que nos habitan. La bondad y la compasión fortalecen nuestra autoestima, nos brindan paz mental y nos ayudan a mirar al otro sin filtros ni juicios. Y esa paz, que se construye desde adentro, no sólo mejora nuestra salud y nuestras relaciones: puede también transformar el mundo.

gerardolunadar2013@gmail.com

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