El reciente intercambio entre Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, y el senador Javier Corral es un recordatorio de que la unidad en Morena no está garantizada, especialmente cuando las tensiones internas empiezan a emerger con mayor frecuencia. Aunque Noroña intentó matizar sus palabras al señalar que nunca llamó “malagradecido” a Corral, el trasfondo de sus declaraciones refleja un malestar llamativo.
El conflicto surgió luego de que Corral votara en contra de la extinción de los organismos autónomos, un proyecto prioritario para Morena. Desde luego, no pudo faltar la típica reacción escandalosa de Noroña —aunque después se echó para atrás— donde le reprochaba al exgobernador que el oficialismo lo “había salvado” de ir a la cárcel, y dejó entrever el descontento hacia aquellos que, dentro del partido, deciden desmarcarse de las líneas oficiales. Corral, por su parte, no tardó en responder con firmeza: “No estoy aquí por obediente”. Una frase en la que intenta reafirmar su supuesta autonomía, al mismo tiempo que plantea el debate sobre el riesgo latente de que Morena se convierta en un partido de pensamiento único.
La escena no es nueva en la política, pero es significativa en el contexto de un partido que, a medida que concentra más poder, enfrenta el desafío de mantener cohesionadas sus diversas facciones e incorporaciones. El caso de Corral, un expanista que ahora busca contribuir desde Morena, es sintomático: ¿qué espacio hay para la disidencia interna en un movimiento que presume de amplitud ideológica?
Noroña aseguró que “no es ni la primera ni la última” diferencia que se verá en el Senado; sin embargo, el problema no es la existencia de estas discrepancias —sanas en cualquier democracia interna—, sino la forma en que se manejan. ¿Acaso no era previsible que un perfil como el de Corral, conocido por sus posturas críticas, generara choques en un entorno donde las decisiones suelen tener una narrativa unificada?
La pregunta más inquietante es si Morena logrará mantenerse como un proyecto plural o si los desacuerdos se convertirán en fracturas. Cuando figuras destacadas del partido empiezan a ventilar sus diferencias públicamente, no es solo un asunto de estilos: es una señal de que las tensiones latentes están saliendo a la superficie.
¿Estamos viendo el inicio de una crisis interna iniciada por Noroña? O, lo que es peor, ¿Acaso el presidente del Senado habrá recibido alguna llamada proveniente desde Palacio Nacional para regañarlo por imprudente?
El tiempo dirá.
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