En las campañas electorales se ponen en práctica estrategias políticas para resaltar las cualidades de los
candidatos.
Está tarea, nada fácil por cierto, se realiza con el apoyo de estrategas en propaganda política y electoral. Ya sea
el color de la ropa, el logotipo de la campaña, la música o la estructura operativa, todo se define con ellos en el
llamado War Room o Cuarto de Guerra, aunque también con la aprobación final del candidato. Nada pasa sin que
él esté enterado.
Lamentablemente hay un lado más oscuro en las estrategias de algunas campañas políticas: la “guerra
sucia”. Y esta no es más que atacar al contrincante por sus errores y defectos, aunque muchos se van más allá,
atacando temas personales o familiares.
Estos ataques, que supuestamente evitarían votar por el rival, dejan profunda huella en el atacado. La famosa
frase “ni perdón ni olvido” es resultado de ataques.
Entrarle a este tipo de campañas sucias o negras no tiene vuelta atrás. Ya sea por la desesperación de ir abajo
en las encuestas o por venganza o por lo que usted crea, esta oscura parte de la industria del marketing político
hace su agosto ofreciendo sus servicios al mejor postor.
Pero, ¿y qué pasa si con todo y la guerra sucia se pierde la elección? Pues la empresa contratada cobra sus
honorarios y se regresa a donde vino, pero el político perdedor deberá asumir el costo por haberla usado y se
quedará en el lugar de la batalla, atenido a lo que se le viene.
Esto sucedió en la pasada elección estatal. Quienes atacaron, perdieron y a quienes atacaron, ganaron.
Como dicen los políticos de la vieja guardia: Hay tiempos de lanzar cohetes y tiempos de recoger varas.
¿O usted qué opina?
Imagen: Comunicación Política: publicaciones académicas//Blog MARKETING POLÍTICO EN LA RED
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