En Veracruz solemos derribar la historia a pico y pala, para después lamentarnos con lágrimas de turista de ocasión. Ocurrió con la llamada Puerta del Mar, el verdadero umbral de México durante más de tres siglos, y que hoy sobrevive apenas en los relatos de cronistas y en la nostalgia de quienes saben que, por ese arco demolido hace un siglo, entraron y salieron las raíces de nuestro mestizaje, nuestra economía y buena parte de nuestra cultura.
Lo recordaba en una entrevista de café el exgobernador Javier Duarte de Ochoa, aquel jueves 22 de mayo de 2014 en la Parroquia, cuando entre tazas y adulaciones aseguró que la reconstrucción de la puerta estaba contemplada en el proyecto de rescate del centro histórico. Como suele ocurrir con los políticos que prometen el oro y nos dejan el lodo, la obra nunca se hizo. Y no porque no hubiera recursos, sino porque no hubo visión.
La Puerta del Mar no era un simple arco de piedra: era la boca por la que México respiraba. Desde la época colonial hasta el porfiriato, por ahí ingresaron colonizadores, comerciantes, campesinos, exiliados, arquitectos, artistas y aventureros. Por ahí llegaron los insumos para levantar iglesias, haciendas, fábricas y escuelas; por ahí salieron las mercancías que tejieron la economía con Europa, África y América del Sur.
Si España presume la Puerta de Alcalá, y París reverencia su Arco del Triunfo, Veracruz tuvo la suya: la Puerta de México, testigo del tráfico humano y material que moldeó nuestra nación. Pero en 1902, durante la ampliación del puerto, se decidió derribarla. El progreso, nos dijeron, exigía arrasar con la memoria.
Hoy apenas quedan crónicas y bocetos, como los que describe el investigador Mario Jesús Gaspar Cobarrubias en su reportaje de 1916, donde ubica con precisión el sitio: anexa al edificio de la Contaduría del Rey, entre el convento de San Francisco y la muralla que más tarde sería la Plazuela del Muelle. Frente a ese arco desembarcaban los barcos que venían de La Habana, de Cádiz, de Nueva Orleans. Era la verdadera aduana del país.
En Veracruz somos expertos en desperdiciar símbolos. En otros países, con una simple piedra levantan museos, rutas turísticas y hasta discursos de identidad nacional. Aquí, teniendo un icono histórico de primer orden, preferimos dejarlo en el olvido, mientras se gastan millones en remodelaciones cosméticas del malecón o en proyectos que nadie entiende.
La reconstrucción de la Puerta del Mar no sería un simple capricho nostálgico. Sería recuperar un pedazo de historia tangible, un atractivo turístico de primer nivel y un símbolo de orgullo para la ciudad más antigua de México continental. ¿Acaso no lo merece el puerto que abrió las venas de todo un continente?
El turismo histórico no se inventa con espectáculos de luces ni con esculturas de plástico: se sostiene con memoria, con autenticidad. Y la Puerta del Mar tiene ambas cualidades.
Mientras en Madrid se canta con devoción “Mírala, mírala, la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo”, en Veracruz tenemos que conformarnos con mirar fotografías borrosas y escuchar anécdotas de abuelos. Lo nuestro fue ver pasar la piqueta, no la historia.
Paradójicamente, las autoridades han invertido fortunas en proyectos de rescate urbano, pero ninguna ha tenido la determinación de rescatar ese símbolo. Duarte lo anunció, como tantos otros anuncios que se quedaron en humo. Sus sucesores tampoco lo retomaron. Y así seguimos, con un puerto cada vez más modernizado en infraestructura, pero más empobrecido en identidad.
No se trata de idealizar el pasado ni de construir réplicas huecas como si fueran escenarios de telenovela. Se trata de reconstruir, con rigor histórico y arquitectónico, un monumento que devuelva al puerto su carácter de “Puerta de México”. No como ornamento, sino como lección viva para las nuevas generaciones.
Hoy que se destinan miles de millones de pesos a la ampliación del puerto, ¿qué impide reservar una mínima fracción para rescatar este símbolo? Con voluntad política, el proyecto podría ser una realidad y convertirse en un atractivo cultural de alcance internacional.
Veracruz no puede seguir siendo el lugar donde se pierden las huellas del tiempo. La Puerta del Mar es mucho más que piedras viejas: es la memoria de quienes llegaron buscando futuro, es la evidencia de que este país siempre ha sido tierra de encuentro y mestizaje.
Reconstruirla no resolverá los problemas de pobreza, inseguridad o corrupción que nos aquejan. Pero sería un acto de dignidad colectiva: la señal de que en esta tierra no todo se borra, no todo se arrasa. Que aún sabemos reconocer y honrar nuestras raíces.
De lo contrario, seguiremos siendo el país que entierra su memoria bajo el concreto, mientras espera a que el turismo llegue a sacarnos la foto. Y la historia, ya lo sabemos, no perdona el olvido.
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