La carta. La polémica carta enviada por Donald Trump a la Presidenta Sheinbaum, está repleta de reclamos y amenazas.
Por supuesto, no se esperaban palabras de “apapachos” diplomáticos.
Es el mismísimo Trump poderoso. El que manda. El autoritario que dicta líneas políticas a nivel mundial. “El peleador callejero” que tira golpes por todos lados.
Su estilo de hacer política ha generado críticas y gran controversia. La forma de abordar los asuntos internacionales ha sido calificada de arrogante y soez.
No le importa si es hombre, mujer o su propia familia.
En una entrevista (2015) con Rolling Stone, Trump supuestamente celebró la belleza de Ivanka (su hija) y “comentó de sus pechos, su trasero y cómo sería tener sexo con ella”.
“Si no fueras mi hija tu vida sería más fácil”, soltó.
Gobierna con una mezcla explosiva de populismo, narcisismo y espectáculo. Su forma de liderar se caracteriza por una constante necesidad de atención, control del relato y un desprecio sistemático por las formas diplomáticas tradicionales.
Trump no actúa como un estadista, sino como un showman que usa la política como un escenario para afirmarse como el protagonista indiscutible del mundo.
Su trato hacia otros mandatarios ha sido abiertamente insultante. Su forma de relacionarse denota una profunda falta de respeto por la dignidad ajena, reforzada por una obsesiva necesidad de marcar jerarquía.
La presidencia de Estados Unidos es una extensión de su marca personal. Usa todo el poder para colocarse siempre como la “cereza del pastel” de todos los pasteles del planeta.
Todo debe girar en torno a él: sus decisiones, sus gestos, su retórica incendiaria.
No es casual que, a lo largo de su carrera, haya acumulado una impresionante colección de calificativos: Autócrata, narcisista, demagogo, ególatra, compulsivo, megalómano, misógino y racista, por citar algunos.
Sus críticos más duros aseguran que nunca ha gobernado con una visión institucional del poder, sino con una lógica de “yo gano, tú pierdes”.
Trump no solo se ha burlado de líderes como Ángela Merkel, Justin Trudeau o Emmanuel Macron, sino que también ha despreciado instituciones como la ONU, la OTAN o la OMS.
En resumen, Trump ha transformado el poder en espectáculo, la diplomacia en confrontación y el liderazgo en egolatría.
¿Quién tiene los tamaños en el mundo para enfrentarlo?
¿Maduro?
¿Díaz Canel?
¿Daniel Ortega?
¿La señora Sheinbaum (con cabeza fría)?
Porque él, Trump, solo admite plena sumisión en impecable progresión de esdrújulas: “siéntese”, “cállese”, “déjese”, “váyase”.
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