En la interminable tragicomedia política de Morena, el reciente episodio del “Plan México” encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum retrata las evidentes fracturas que existen al interior de la 4T, aunque traten de negarlo. Mientras los moderados celebraban su supuesta victoria con los empresarios más importantes del país, los “duros” -o sea, los comunistas de ese partido– se atrincheraban en su silencio ensordecedor.
Resulta curioso cómo los guardianes de la pureza ideológica de la extrema izquierda de Morena (Jesús Ramírez, Martí Batres, Pedro Miguel, Citlalli Hernández, Rafael Barajas, “Monero” Hernández y Marx Arriaga), aquellos que exigen lealtad absoluta a los dogmas de la Cuarta Transformación, no pudieron articular ni un mísero tuit para respaldar el proyecto estrella de su presidenta. ¿Será que no les gustó compartir el reflector con personajes como Marcelo Ebrard o Altagracia Gómez, quienes parecen representar una visión (aunque sea en apariencia) más pragmática del movimiento?
La falta de apoyo público no solo evidencia la fractura interna, sino que deja entrever una dinámica mezquina: si no es su proyecto, prefieren dinamitarlo en silencio. El mensaje es claro: los comunistas no están dispuestos a ceder terreno, aunque eso implique dinamitar desde adentro el supuesto proyecto de nación que tanto defienden en sus discursos.
La pregunta ahora no es si habrá un enfrentamiento directo, sino cuándo y cómo explotará esta olla de presión en la que nadie parece querer ceder, pero todos están dispuestos a destruir. Porque al final, en esta lucha por el control ideológico y el poder absoluto, las primeras víctimas siempre son la coherencia y la unidad que tanto pregonan.
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