Cada vez que tiene un micrófono enfrente, la señora Rocío Nahle serpentea entre declaraciones y suelta “veneno” contra la imagen pública de José Manuel del Río Virgen.
El funcionario de alto nivel en la Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación —hoy pieza clave en la Cámara de Diputados— se ha ganado con años de trabajo un prestigio que no se mancha con rumores ni con campañas políticas de baja altura.
Del Río Virgen, serio militante de Movimiento Ciudadano fue víctima de una acusación infundada que pretendió mermar su trayectoria.
Su honorabilidad fue puesta a prueba por la injusticia, pero su inocencia se mantuvo firme y su carrera política continúa sólida, respaldada por hechos y no por libelos.
A pocos días de rendir cuentas al pueblo veracruzano con su Primer Informe de Gobierno, la mandataria estatal debería estar concentrada en combatir la inseguridad y la violencia que laceran —día tras día— a las familias veracruzanas.
Pero en lugar de asumir con responsabilidad el desastre gubernamental, opta por entretenerse en “grillas callejeras” y ataques contra personajes probos, con experiencia y futuro.
El problema para Nahle es que Del Río Virgen no solo tiene “los pelos de la burra en la mano”; tiene a la burra completa… con expedientes, dictámenes y datos “precisos, concisos y macizos” de las auditorías que pesan sobre la refinería de Dos Bocas, obra emblemática construida bajo la tutela de la oriunda de Río Grande, Zacatecas.
¿Será por eso que la señora Nahle siente pánico cada vez que escucha el apellido Del Río Virgen?
Veracruz está de moda: se vive con miedo… y desde Palacio de Gobierno, el miedo cambia de nombre cada que se pronuncian verdades incómodas.
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