En política, la mentira no es un recurso: es un método. Una herramienta tan vieja como el poder mismo, pero que en ciertos regímenes se convierte en sistema de gobierno, en atmósfera, en forma de vida. México vive precisamente ese momento. El hartazgo nacional no surgió de un día para otro; fue incubándose silenciosamente mientras la retórica triunfalista de la 4T intentaba tapar, con discursos interminables, la fractura entre lo prometido y lo realizado.
El país creyó en Morena, creyó en el “cambio verdadero”, creyó en la regeneración moral. No sospechó —o no quiso sospechar— que detrás del discurso pulcro y de la supuesta continuidad ideológica había una profesional de la mentira. Claudia Sheinbaum heredó un poder construido sobre relatos, no sobre resultados; sobre adhesiones ciegas, no sobre instituciones fuertes; sobre la política del “otros tienen la culpa”, no sobre responsabilidad de Estado.
Hoy, esa narrativa se desmorona.

Imagen: El valor de la mentira (El País)
La presidenta atraviesa el momento más crítico de su gobierno. Y no por la oposición —que lleva años extraviada en sus propios laberintos—, sino por algo más profundo: el pueblo comienza a despertar. Las manifestaciones recientes, ordenadas, pacíficas y sin ánimo de destruir, representan quizá el mayor desafío para Sheinbaum. No son marchas pagadas ni agitadas desde la élite; son ciudadanos hartos de ser tratados como menores de edad, cansados de escuchar versiones oficiales que ya nadie cree. Son mexicanos que entendieron que el silencio también puede ser complicidad.
El asesinato despiadado de Carlos Manzo terminó de sacudir conciencias. No fue sólo un crimen; fue un punto de quiebre. Un recordatorio brutal de que el país se desangra mientras el gobierno cuenta historias que ya no alcanzan para explicar nada. La muerte del líder social no sólo abrió interrogantes, abrió heridas. Exhibió la fragilidad de un Estado que, incapaz de proteger a quienes levantan la voz, recurre a la narrativa para tratar de ocultar su impotencia.
Y algo peor: dejó al descubierto las mentiras del poder.
Porque la mentira, cuando se vuelve permanente, termina chocando contra la realidad. Y la realidad, tarde o temprano, se cobra las facturas. El discurso oficial puede insistir que vamos bien, que hay gobernabilidad, que hay estrategia, que los enemigos son imaginarios o “conservadores”. Pero la gente ya no compra ese cuento. Las calles comienzan a decir otra cosa: que el país exige verdad, exige dignidad y exige justicia.
La 4T siempre apostó por administrar la esperanza. Hoy enfrenta a una sociedad que ya no espera: exige. Y cuando un gobierno basado en la mentira se confronta con un pueblo que despierta, la historia suele inclinarse del lado de quienes se cansaron de callar.
México no necesita más discursos. Necesita verdad. Y la verdad —esa que el poder cree que puede domesticar— siempre encuentra un modo de imponerse.
Los mexicanos están ansiosos de presenciar el crepúsculo de una ideología venenosa, que se derrumba bajo el peso de su propia podredumbre.
Los poderosos que hoy ostentan el control político, podrían perder su posición de dominio y volverse vulnerables.
Imagen de la portada: De la mentira en política a la política de la mentira: https://creacuervos.com/de-la-mentira-en-politica/#google_vignette
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