El Estado es un ente público complejo que requiere de mandatos y ordenamientos para poder funcionar. La pieza principal que proporciona una guía es el orden público, su establecimiento, mantenimiento, fundado siempre en las leyes y el respeto a los derechos humanos, sin excesos de autoridad ni mucho menos abuso. La moral y la ética pública, cuando alcanzan su expresión en leyes claras y precisas, son otra guía. Ello puede representar una contradicción y un conflicto de fondo en países con doble moral, cuando esa ética y esa moral no son la práctica común de los funcionarios en turno.
Ennoblecer a los políticos para ennoblecer el quehacer público, se hace necesario cuando se trata de cumplir las expectativas que les impone la sociedad moderna. Deben tener una mayor conciencia del rol social que desempeñan, puesto que nada daña más el oficio político que los excesos de los gobernantes, ante la crisis de valores que enfrentamos donde el mayor bien (la vida) es algo que hoy “no vale nada”.
Decía Aristóteles (384-322) que la política es asunto de todos porque el ser humano es, por naturaleza, un “zoon politikon” que se interesa por los asuntos de la ciudad en que vive y se involucra con los ciudadanos, la sociedad y el gobierno de la polis. También decía que cuando la política se deja exclusivamente en manos de los políticos, este ejercicio comienza a corromperse.
Siendo los seres humanos tan frágiles, tienden a abusar del poder, de la autoridad y de los medios que les permite pensar en el bien propio antes que el de los demás, en un deseo irrefrenable que los lleva a olvidarse de la función que desempeñan para satisfacer hasta sus más nimias debilidades (Rogelio Guedea, “El arte de gobernar”, Almuzara, España, 2017)
En “El Leviatán”, Hobbes dice que las leyes se han creado precisamente para frenar el deseo de los gobernantes de hacer desde el poder lo que les viene en gana. Ante mayores índices de corrupción en un país, menor es la fortaleza del Estado de Derecho, mayor es la impunidad y más grande es la puerta para los excesos, generalmente con gobernados que no protestan, que no participan, que no buscan enterarse de las verdades políticas del país en que viven o que no les interesa si les cortan sus deseos de libertad.
Quizá ningún gobierno es malo por designio. Quizá la peor deficiencia es que algunos individuos utilizan mal su posición para obtener riqueza y poder personal, de la manera indiscriminada que conciben. Creo que todos los líderes de las naciones aspiran a hacer más por sus pueblos, pero por una variedad de razones son incapaces de cumplirlo: falta de previsión, consejeros y asesores ineptos o que tienen sus propios juegos, la nula participación ciudadana, la aceptación o rechazo de las fuerzas internas, la influencia de los actos de las demás naciones, las condiciones internacionales en diversos sentidos.
Ante tantas experiencias negativas en el arte de gobernar, uno se pregunta cómo tendría que ser el político de hoy, qué virtudes y conciencia social debe tener cualquier aspirante a ocupar un cargo en la función pública, qué papel deben jugar los medios de información, los intelectuales, los comunicadores. Qué acciones y compromisos del ciudadano común pueden cuidar, apoyar, impulsar y qué tipo de política fundamentan y justifican.
Para ser un bastión que coadyuve en la política nacional, el ciudadano de a pie debe evitar ser deslumbrado por cualquier gobierno pero colaborar en todo lo posible, de manera razonada y reflexiva. El ciudadano debe cultivar su propio criterio, enterarse, componer el mundo en un café con amigos. Ahí tiene la oportunidad de exponer, sostener o modificar sus puntos de vista. O leyendo libros y revistas de calidad y distinguir en las noticias televisivas las tendencias, de cualquier fuente, que pretenden confundirlo.
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