octubre 7, 2025

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El Occidente que se rinde: entre el islam político y el progresismo ingenuo

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El conflicto entre Israel y Hamás es solo la superficie de un problema mucho más profundo: el enfrentamiento entre dos concepciones del mundo. Una, que defiende la libertad, la razón y la democracia; y otra, que utiliza la religión y la violencia como instrumentos de poder. Detrás de los cohetes, los escombros y los discursos, se libra una batalla civilizatoria que trasciende a Medio Oriente y toca las fibras más débiles de Occidente.

El islam político radical no busca justicia ni paz: busca dominio ideológico. Ha aprendido a usar el lenguaje de los derechos humanos, del anticolonialismo y de la resistencia para disfrazar su verdadera agenda: sustituir el orden laico y plural por un proyecto teocrático que somete al individuo a la ley religiosa. No representa al islam espiritual ni al musulmán común, sino a una corriente extremista que manipula la fe con fines totalitarios.

Sin embargo, lo más preocupante no es su fuerza, sino la debilidad moral y cultural de Occidente. Europa y buena parte de América han renunciado a los valores que les dieron sentido: la familia, la responsabilidad, la trascendencia, el mérito, la libertad con límites éticos. La obsesión por la corrección política, la relativización de todo valor y la confusión entre libertad y libertinaje han dejado un vacío espiritual que otros se apresuran a llenar.

Esa fragilidad explica la alianza paradójica entre el islamismo radical y la izquierda progresista occidental. Una alianza táctica y contradictoria: mientras el islam político ve en Occidente una civilización decadente que debe ser reemplazada, el progresismo ingenuo lo percibe como víctima del imperialismo. Así, marchan juntos en las calles y en las redes, sin advertir que los primeros en ser eliminados bajo un régimen islamista serían precisamente los activistas que hoy los defienden.

Tampoco puede ignorarse la hipocresía del mundo árabe rico. Los países con más recursos —Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos— no han abierto sus puertas a los refugiados palestinos, ni han organizado flotillas humanitarias, ni han recibido a los desplazados de Gaza. Su solidaridad termina donde empieza su conveniencia política. Prefieren financiar la guerra desde lejos antes que asumir la responsabilidad humanitaria que les corresponde por historia, lengua y religión.

Mientras tanto, millones de árabes pobres emigran hacia Europa, no hacia sus vecinos ricos, atraídos por el bienestar material y las libertades occidentales. Pero en muchos casos, no buscan integrarse, sino replicar sus modelos sociales y religiosos en los países que los acogen. Europa, debilitada y culpabilizada de su propio pasado, permite que se impongan normas paralelas, censuras religiosas y zonas donde la ley civil pierde vigencia. No se trata de una invasión militar, pero sí de una penetración cultural y demográfica silenciosa, posible solo porque Occidente ha renunciado a defender sus principios.

El drama de Gaza, las migraciones y las protestas en universidades europeas no son fenómenos aislados. Son piezas del mismo tablero: un Occidente desorientado que, por miedo a parecer intolerante, se entrega al relativismo moral y permite que fuerzas abiertamente contrarias a la libertad se apropien del discurso de los derechos humanos.

La guerra de Israel y Hamás es apenas el frente visible de una confrontación global entre el fanatismo y la razón, la fe manipulada y la libertad consciente. Occidente aún puede resistir, pero solo si recupera el coraje de defender los valores que lo hicieron grande: la verdad, la justicia, la dignidad humana y la libertad responsable.

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