En política, los fuegos no siempre son visibles, pero se sienten.
Son la herramienta de manipulación que genera daños significativos para polarizar y desacreditar a sus oponentes.
Dentro de Morena, el partido que gobierna con mayoría y con el respaldo del caudillo de Palenque, hay un incendio peligroso que tiene la misión de “quemar” a quienes en algún momento parecían figuras de peso propio rumbo a la sucesión presidencial de 2030.
La estrategia es clara: impulsar a los leales de fe ciega y debilitar a los que representan autonomía política.
No se trata de construir un proceso democrático interno, sino de neutralizar cualquier intento de competencia real.
Ahí están los casos de Adán Augusto López y Ricardo Monreal, quienes en distintos momentos fueron piezas centrales del engranaje de AMLO.
Hoy, ambos cargan con la marca del desgaste político que les han impuesto desde las alturas del poder.
Al exgobernador de Tabasco lo han sometido a un auténtico linchamiento político, pese a la petición de protegerlo y dar carpetazo a sus expedientes negros.
Quien fuera el más cercano colaborador de Palacio Nacional ahora enfrenta señalamientos legales y mediáticos que lo colocan como un “cadáver político” anticipado.
Su lealtad simulada ya no garantiza nada; el fuego de la 4T también consume a sus propios soldados cuando dejan de ser funcionales.
Por su parte, Ricardo Monreal ha sido un personaje incómodo para la señora Sheinbaum desde hace tiempo. Su astucia de negociación, su estilo de tender puentes con opositores y su independencia le causaron un gran daño.
Poco a poco fue aislado, arrinconado y convertido en un actor marginal dentro del propio partido que ayudó a construir.
El mensaje es brutalmente claro: en Morena, quien no se pliega al liderazgo presidencial está condenado a ser borrado del mapa.
Uno, debería terminar en la cárcel o en alguna embajada de un país dictatorial; el otro –ya con una riqueza enorme–, en el retiro político.
Pero ni uno ni otro estará en la boleta de 2030.
Lo preocupante es que esta lógica no es solo un pleito interno, es la señal de que el rumbo de la sucesión está diseñado desde la cúpula, sin espacio para la competencia real.
Morena se erige como un partido hegemónico que premia la obediencia ciega, y castiga cualquier atisbo de autonomía.
El escenario rumbo a 2030 está en construcción: no llegarán los mejores, ni los más avezados. Llegarán los más obedientes.
Y eso, lejos de fortalecer a la democracia mexicana, la reduce a un simple ritual de imposición.
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