Orden y Progreso fue la divisa fundamental del gobierno dictatorial de Porfirio Díaz durante tres décadas caracterizadas por la popularmente conocida como “la paz de los sepulcros”, a causa de la eliminación desde el gobierno de toda inconformidad por la vía de la violencia. Sin embargo, debe reconocerse a Porfirio Díaz haber colocado los cimientos de un desarrollo económico sostenido, la construcción de infraestructura ferroviaria y confianza de inversionistas en el país. Después de la Independencia, antes del porfiriato, México había sufrido invasiones extranjeras, constantes asonadas militares y en sus caminos merodeaba impunemente el bandidaje. El arribo de Porfirio Díaz al poder suspendió, haya sido como haya sido, las interminables pugnas entre políticos conservadores y liberales, durante la dictadura solo imperó la voz del presidente y su grupo, nada más. Pero la dictadura no fue capaz de eliminar los privilegios de las elites ni la desigualdad social que finalmente germinó las condiciones que hicieron posible la Revolución Mexicana.
A partir del período institucional de nuestro país las sucesiones presidenciales han sido pacíficas y con perfectibles matices democráticos, por la vía de elecciones se han sucedido los gobiernos del PRI hasta el año 2000, del PAN entre 2000 y 2012, nuevamente el PRI de 2012 a 2018, año este último cuando MORENA llevó a López Obrador a la presidencia de México, repitiendo triunfo en 2024 con Claudia Sheinbaum. La herencia que recibió de su antecesor la actual presidenta consiste en un paquete cuyo contenido va de un fuerte déficit fiscal que le ha impedido un despegue afortunado para emprender la implementación de sus proyectos, hasta un país envuelto en una espiral de violencia difícil de contener porque en una porción importante del territorio nacional el Estado no mantiene completo control. Para nuestra fortuna las fuerzas armadas mexicanas han demostrado lealtad a las instituciones y han sido impermeables a tentaciones golpistas, esa circunstancia otorga amplio margen operacional al gobierno mexicano y ojalá así prosiga. Desde esa perspectiva no parece haber problemas, sí en cambio en el contexto de una voluntad transexenal cuyas complicidades han salido a flote poniendo al gobierno en la difícil tesitura de romper el cordón umbilical para salir a flote o mantenerse obligadamente uncido a un antecesor bajo sospecha. Son tiempos de coyuntura, en los cuales no alcanzan los recorridos territoriales para inspirar confianza, en una población ayuna de medicinas, educación de altura, servicios públicos de calidad e infraestructura física insuficiente y con avanzado deterioro.
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