El periodo de la presidencia imperial, con su homogéneo o alter ego PRI hegemónico, legó a este país una larga estela de experiencias antidemocráticas, empezando por elecciones organizadas por el gobierno e ídem calificadas. Cuando en 1990 el IFE llegó al rescate de la democracia se echaron campanas al vuelo, más aún cuando su contribución fue reforzada por el Tribunal Electoral Federal, eso sucedió en la década finisecular, cuando México eclosionó tímidamente, pero con alentador alborozo a la democracia. Tenues, con matices, pero esperanzadoras incógnitas se robustecieron cuando en 2000 sobrevino la añorada alternancia. En 2014 el IFE se convirtió en INE, fruto de la reforma electoral de ese año, justo cuando nació también como partido político el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), de exponencial crecimiento y meteórica carrera hacia la presidencia, porque en solo cuatro años la alcanzó mediante una votación de apabullante mayoría sobre sus adversarios políticos. Fue otro gran peldaño democrático reflejado en una tercera alternancia presidencial en tan solo 18 años de este siglo.
Pero quien encabezó el triunfo electoral de 2018, Andrés Manuel López Obrador, pronto dejó de lado el haber accedido al poder por procedimientos democráticos añosamente construidos al comenzar una inusitada tarea de demolición institucional y del marco normativo construido tras largos años de lucha de las oposiciones de derecha y de izquierda, en consonancia con el establishment. “Al diablo con sus instituciones” fue la tronante advertencia coronada con el amenazante “no me vengan conque la ley es la ley”, y sobre aviso no hay engaños, aunque pocos dimensionaron su capacidad para derrumbar el edificio democrático del país en seis años la devastación causó estragos. MORENA ya colonizó con adeptos sumisos al INE y al Tribunal Electoral, que abjuraron del originario espíritu democrático de esas instituciones al conceder abyectamente a MORENA y satélites una ilegal sobrerrepresentación en el Congreso Federal, lo cual viralizó la picota a través de reformas sustantivas al marco normativo. Y como suele suceder, la clase política de nuevo cuño ahora adopta todo lo políticamente rentable en el pasado: el fraude electoral, revestido de legalidad por los órganos de “defensa del voto”, el INE y el Tribunal. Cuando el PRI perdía una elección buscaba la forma de revertir el resultado declarando nulas las elecciones perdidas o bien tergiversando los resultados para dar lugar a otra elección. Ahora mismo MORENA lo está fraguando en Poza Rica, Papantla y Boca del Rio donde perdió la elección municipal ante Movimiento Ciudadano el PAN, respectivamente, pero pretende con la ayuda del OPLE darle la vuelta para de pronto sumar votos no obtenidos en la elección ciudadana. Finalmente, desde el poder no es difícil derrumbar una edificación construida con fructífero esfuerzo, la dificultad estriba en saber qué podría construirse sobre esos escombros. Nunca ha sido recomendable el intento de ganarle las elecciones al pueblo.
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