Cada 16 de septiembre recordamos el inicio de la lucha por la independencia de México. Nuestros antepasados dieron la vida por una patria libre, soberana y justa. Hidalgo, Morelos, Guerrero y tantos otros no se levantaron en armas para heredar un país de rodillas, sino para legarnos una República independiente.
Hoy, más de dos siglos después, la pregunta es inevitable: ¿tenemos algo que celebrar?
Porque la verdad es que hemos perdido mucho de lo conquistado.
• Hemos perdido la libertad de transitar por nuestro territorio sin miedo a ser asaltados o asesinados.
• Hemos perdido la libertad de disentir ante un mal gobierno sin temor a la persecución.
• Hemos perdido la independencia de poderes: un Legislativo sometido al Ejecutivo y un Poder Judicial entregado mediante trampas a las manos de quien detenta el poder.
• Hemos perdido incluso la certeza de que nuestras elecciones son auténticas, cuando lo que se roba ya no son votos, sino la voluntad de todo un pueblo.
¿De qué independencia podemos hablar si hoy México está secuestrado por delincuentes que gobiernan con el apoyo de otros delincuentes? ¿Qué sentido tiene ondear la bandera en fiesta cuando la República misma nos ha sido arrebatada?
No se trata de renegar de la historia, sino de honrarla. Y honrarla no significa gritar “¡Viva México!” de manera mecánica, sino entender que la independencia es una tarea inconclusa. La República no se hereda intacta, se defiende y se reconstruye cada generación.
Este 16 de septiembre, más que celebrar, deberíamos conmemorar con conciencia: recordar la gesta de los héroes, denunciar la traición a sus ideales y prepararnos para recuperar lo que nos han robado.
Porque México no es de quienes hoy lo usan como botín, sino de quienes aún creen en la dignidad de la República. Y ese, compatriotas, debe ser nuestro nuevo grito.
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