Coxquihui, una pequeña localidad asentada en la sierra de Papantla, al norte de Veracruz, vive hoy bajo la ferocidad de la violencia.
Los recientes asesinatos acaecidos en la región totonaca han sembrado el pánico entre sus moradores, y proyectado al exterior la imagen de un territorio (de casi 20 mil habitantes) que se desangra, en donde la paz social parece una remembranza distante.
Más allá de la tragedia humana, el impacto se extiende al patrimonio cultural y turístico que distingue a esta comarca.
Papantla, cuna de los Voladores (Ritual cultural y espiritual prehispánico de origen totonaco que propicia la lluvia por la fertilidad de la tierra, buenas cosechas y salud) y puerta de entrada a la zona arqueológica de El Tajín –declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO–, ve desplomarse la llegada de visitantes ante el temor de ser víctimas de la inseguridad o, peor aún, de ser confundidos con los rijosos que hoy dominan la narrativa de la zona.
La brutalidad no surge de la nada. Es producto del abandono institucional, de la falta de oportunidades y la débil presencia del Estado— aunque los políticos mediocres lo rechacen como disco rayado– en las comunidades serranas.
En este vacío, los grupos delincuenciales encuentran terreno fértil para sembrar miedo, reclutar jóvenes y perpetuar la espiral de violencia.
El costo es altísimo: menos turismo significa menos ingresos, menos empleo y más migración forzada.
En consecuencia, aumenta la vulnerabilidad de las familias y se profundiza la dependencia de economías ilegales.
Así, Coxquihui corre el riesgo de convertirse en un ejemplo doloroso de cómo el crimen organizado no solo arrebata vidas, sino también futuro e identidad.
La urgencia no admite más dilaciones.
Recuperar la paz en la sierra de Papantla, requiere mucho más que operativos policiacos temporales.
Demanda una estrategia integral que apueste por fortalecer el tejido social, rescatar la economía local e incentivar un turismo seguro que devuelva vida y esperanza a la región.
Veracruz no debe aceptar que la crueldad devore una de sus joyas culturales más preciadas.
Lo que hoy ocurre en Coxquihui es una advertencia de riesgo: si no se actúa con firmeza y visión, se corre la desgracia de perder no solo un destino turístico, sino un pedazo invaluable de la identidad mexicana.
La lucha por el poder político en esta aldea va más allá de una posición municipal.
Representa un componente para alcanzar otras metas que involucran a las organizaciones criminales que tantos estragos han causado en la región.

Historias similares
La violencia no cesa al norte de Veracruz
¿Celebrar o Conmemorar?
MC la verdadera oposición; deja atrás sus “acuerdos” con Morena