La salida de Enrique de la Madrid de las filas priistas no causa asombro porque forma parte de la migración provocada por la permanencia de Alejandro Moreno al frente del tricolor, mientras eso no cambie ese éxodo prevalecerá llevándose a sus mejores cuadros. El afamado “Alito”, se aprovechó del estado catatónico del PRI provocado por la elección de 2018 para con malas artes agenciarse la dirigencia nacional priista, lo hizo con el propósito de tomar el cargo como parapeto contra las intenciones de formularle cargos en base a desvíos millonarios detectados en su gestión al frente del gobierno de Campeche, pruebas en su contra se han exhibido, pero justamente su condición de dirigente priista lo ha habilitado para utilizar sus bancadas legislativas para “coincidir” con algunas propuestas legislativas del gobierno al cual se “opone”.
Gracias a esa estrategia, Alejandro Moreno ha podido sobrevivir, y en el ínterin de esas confabulaciones aprovechó el tiempo para configurar una percepción de ser víctima de persecución política, como ya ha trascendido nuestras fronteras. Es en ese contexto donde el PRI, la gran institución política del siglo XX mexicano, se ha convertido en rehén de las travesuras de “Alito” y está inmerso en un círculo perverso: la sangría del PRI es en función de la permanencia Alejandro Moreno como dirigente nacional, y Alejandro Moreno necesita del PRI para mantenerse a flote. He allí la triste coyuntura del Partido Revolucionario Institucional antes de convertirse en partido bisagra.
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