Con riesgo de replicas vehementes que pudieran derivarse de filias o de fobias trasnochadas o, también, de sonambulismo ideológico, debo declarar mi firme convicción acerca de que Gustavo Díaz Ordaz ha sido uno de los mejores presidentes de este país, al que lamentablemente los hechos sangrientos del 2 de octubre de 1988 marcaron negativamente a su gobierno. No existe justificación para aquella masacre de jóvenes inocentes, pero la información sobre el caso señala hacia otras oficinas diferentes a la presidencial. No obstante, Díaz Ordaz asumió como suya la responsabilidad: “Por mi parte, asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”. Era el presidente, sucedió durante su mandato, luego entonces era su responsabilidad, tal fue su lógica, pese a las traiciones y deslealtades de las que seguramente tuvo conocimiento. Asumir como suyo ese gran peso lo define en toda su extensión de hombre integro que se somete al juicio de la historia. Durante su mandato hubiera sido inimaginable escucharle una mentira pública a sus gobernados, la investidura se lo impedía. Por el contrario, francamente en la antípoda ¿Qué habrá sucedido en México para que un presidente, sin pudor alguno haya sincronizado la mentira con su ritmo respiratorio? Porque asombrosamente con el presidente López Obrador la mentira presidencial se convirtió en costumbrismo social.
Porque diariamente los mexicanos escuchamos del presidente que la corrupción ya se había terminado en el país; que el sistema de salud era de los mejores del mundo; que no había desabasto de medicinas; que el huachicol era cosa del pasado; que Dos Bocas ya estaba refinando, y un largo etcétera. En sus catilinarias contra los expresidentes, aseguraba: “Todos los negocios jugosos que se hacen en el país, los negocios de corrupción, llevan el visto bueno del presidente de la República. El presidente de México tiene toda la información que se necesita; o es cómplice o se hace de la vista gorda” ¿López Obrador adoptaría la misma actitud de Díaz Ordaz para asumir que sabía que lo de SEGALMEX? ¡La enorme deuda acrecida de PEMEX? ¿Qué su amigo Adán Augusto López había nombrado a un capo delincuencial para atender la seguridad pública en Tabasco? ¿Reconocería que mintió cuando aseguró el fin de la corrupción en México? Porque, según el índice de corrupción gubernamental presentado por la organización World Justice Project, México está en el lugar 135 entre 142 países, solo abajo Venezuela, Camerún, Gabón, Haití, Camboya, Bolivia y la República Democrática del Congo, cuando en América Canadá está en el lugar 14, Uruguay en el 23, y Estados Unidos en el 24. Bien decía Maquiavelo: Decía el ínclito Maquiavelo: “La naturaleza de los pueblos es inconstante y es fácil persuadirlos de algo, pero es difícil mantenerlos convencidos. El favor popular se gana y se pierde por cualquier minucia”. Así pasa cuando eso ocurre.
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